Jornada de pesca y lección de humildad
por Carlos Prieto 26 de febrero de 2019 0 commentsLa pesca es una afición que en ocasiones lleva a cometer excesos, máxime si todo está por descubrir. Sin embargo, con el paso de los años acabas por aprender que a la mar hay que guardarle respeto y que conviene ser humilde cada vez que entras dentro de su radio de influencia.
Contenido del árticulo
Cuando una mala experiencia es una lección
Esta percepción que a muchos veteranos sonará a perogrullada, no obstante, suele adquirirse e incrustarse en la mollera más a raíz de una mala experiencia que de buenas maneras, pues sólo cuando se le ven las orejas al lobo y asumes que has podido hacer un viaje sin billete de vuelta, interiorizas que lo que te traes entre manos no es precisamente un amable paseo a la vera de las olas.
De hecho, a partir de entonces nada vuelve a ser igual. Ahora bien, por fortuna la mayoría de los entuertos que acaecen no acarrean graves consecuencias, pero semejante detalle no debe obstar para que en cada salida acudamos física y mentalmente preparados para lo mejor y para lo peor, pues la liebre puede saltar justo donde menos se la espera.
Una amenaza constante
Descender por acantilados, transitar senderos que bordean precipicios, al igual que saltar de piedra en piedra en zonas intermareales, esconden un innegable componente de riesgo que todo pescador debe identificar y valorar en su justa medida, si es que obviamos los directamente relacionados con el oleaje, y que merecen capítulo aparte.
Cada paso que damos por estos pagos nos adentra en un territorio inmisericorde con el despistado y el valiente, de ahí que siempre sea aconsejable evitar los que nos pongan en situación comprometedora. A tal efecto, contemplemos nuestro destino durante un rato si la mar amenaza por rebasarlo, o peguemos un amplio rodeo si el paso por un determinado enclave no lo vemos claro. Sonará a exageración, pero estas sencillas medidas evitan disgustos.
¡Oh, sorpresa!
Cuando acumulamos horas de vuelo a la espalda es fácil incurrir en errores propios de principiantes, como es pasar como exhalaciones sobre puntos en los que la primera vez lo hicimos con más miedo que vergüenza. Vale, de acuerdo, con el tiempo hemos aprendido cómo debemos pisar y equilibrar el cuerpo para no perder la verticalidad, a lo que contribuyen maravillosamente bien esas caras botas que un día nos agenciamos por consejo de un colega más ducho que nosotros.
Una, dos, tres…cien veces volvemos por allí sin novedad, pero siempre con la vista, el tacto y el oído alertas para advertir cuantos peligros acechan. Al término de la jornada, sin embargo, no es extraño bajar un tanto la guardia y ahí es donde nos equivocaremos, pues una excesiva prisa por salir (¿cómo es posible que me vaya a resbalar en esta cochina piedra, que la he pisado ni sé las veces?) es perfectamente susceptible de derivar en un accidente de entidad. ¿Y ahora que no hay nadie a cientos de metros a la redonda que pueda ayudarnos, qué?
Mens sana in corpore tullido
Un mal resbalón es capaz de crearnos severos problemas cuando todavía restan muchos metros para salir de un paraje dejado de la mano del Altísimo. En este sentido, una torcedura de tobillo, una rotura de la tibia o un dislocamiento de un hombro, pueden incapacitarnos y hacer preciso que la caballería venga por nosotros.
En situaciones así, y pese al impacto que supone morder el polvo, por un instante pasa fugaz la duda de cómo es posible que nos haya ocurrido una cosa semejante, cuando en el fondo somos un elemento extraño dentro de un ordenado caos que nos lo hará pagar al menor descuido. Pero no es momento de lamentarse ni de buscar razones a la sinrazón, sino de reaccionar con presteza dentro de nuestras limitaciones y de ponerse fuera del alcance del agua o salir de una zona que se cerrará conforme la marea avance. Tiempo habrá de atar cabos y de actuar en consecuencia a partir de entonces.
No obstante, en el supuesto de dislocamiento es posible que éste sea leve y que el brazo afectado por el golpe retorne a su posición natural con una rápida maniobra o con ayuda del otro, como también que sea todo lo contrario y que precisemos de varios minutos hasta conseguirlo. En cualquier caso, cabe estar preparados mentalmente para el trago que hemos de pasar, porque es bien doloroso y nada está asegurado hasta que sentimos un crujido -tal cual- en nuestro interior, momento en el que todo acaba en una mezcla de agudo dolor con alivio.
Sí, estamos solos, pero esa «vuelta a la normalidad» nos facultará a salir del lugar aunque sea a paso de burra. Por situaciones así en más de una oportunidad he recalcado la necesidad llevar un pequeño botiquín en el petate con diversos analgésicos que el 99,99% de las ocasiones no necesitaremos, pero que vaya si se agradecen cuando pintan bastos.
Captemos el mensaje
La posibilidad de vernos envueltos en problemas es algo que hemos de asumir como posible dentro de una salida de pesca, por lo que se hace necesario tomar precauciones mientras ésta acontece. En el supuesto que se dé el caso, mantengamos la serenidad y no nos precipitemos en los pasos a dar, pero la próxima vez dejemos la confianza en casa, no sea que al entorno le dé por administrarnos una nueva lección de humildad.
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