Mi historia de pesca sobre la captura más grande de mi vida

Mi historia de pesca sobre la captura más grande de mi vida

Mi historia de pesca sobre la captura más grande de mi vida

por 13 de enero de 2015 0 comments

En la presente ocasión voy a relataros como historia de pesca, el lance que, hasta el momento, me ha permitido obtener mi mayor captura con caña. No obstante, tendréis que perdonar que no añada algunas fotos que muestren la especie atrapada, pero estoy convencido que, al final, comprenderéis el porqué de mi proceder.

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Mejor fuera

Hace unas semanas tuve la oportunidad de visitar un evento muy importante y, tras la comida, de camino a casa, se me planteó la duda de elegir entre quedarme repantingado en el sillón frente a la caja boba, o bien dar un paseo por la playa con la caña a fin de facilitarle el trabajo a los jugos gástricos. Y es que no me gustan nada esas digestiones pesadas como la que tienen las boas, así que la elección estaba bien clara…

De entrada, aunque nada convencido de mis posibilidades, fui probando todo el arsenal de señuelos que suelo llevar en el sitio escogido, incluido un shore line de colores estrambóticos que últimamente me está sorprendiendo por su efectividad, hasta que una lubinilla se interesó por él al cabo de unos minutos. Suelta del aparejo, besito de despedida y de vuelta al agua. Está visto que cada expedición es una aventura, y que nunca se sabe dónde ni cuándo puede saltar la liebre.

Comienza mi historia de pesca

En fin, sigo lanzando y recorriendo la orilla de la playa, hasta que al cabo de un tiempo pasa junto a mí una pareja de cierta edad que prefería llevar suelto al pelma de su perro, costumbre muy dada en estos sitios, aun cuando está prohibido actuar así (por cierto, qué manía más grosera tienen muchos de llevar el chucho a la playa para que éste se alivie. Toda una muestra de civismo, sin duda). Como es lógico, la criatura quiso interesarse por lo que estaba haciendo y se puso a revolotear a mi alrededor, cosa que intenté impedir mediante un bufido irreproducible –no porque no me gusten los perros, sino para evitar que éstos puedan dañarse con los señuelos–.

 

Las consecuencias del incivismo

El oleaje que había ese día no permitía que me arrimara en exceso a la orilla, por lo que a menudo había que retrasarse una decena de metros con el fin de no mojarse –soy de esos raros que no usan vadeador porque creo que muchas veces esta prenda nos induce a meternos en la boca del lobo–. Sin embargo, lo que para un humano puede ser lógico, a buen seguro que para un animal no lo es. De hecho, tratemos de explicarle a un perro que no debe meterse entre el mar y el pescador justo cuando la línea está tendida, y veamos el resultado: así, hágase el lector la imagen del dichoso animalito de acá para allá constantemente, ladrando y tocando lo que cuelga y no suena sin descanso. Pues bien, pese a advertirle a su propietario de las molestias que el dichoso can me estaba creando, no pude evitar lo que, más tarde o más temprano, tenía que pasar, es decir, que el perro terminara enganchado con el aparejo. Ahora bien, inmediatamente, y por fortuna, levanté el cepo del carrete y puse la caña horizontal para que el chucho, que corría como un antílope, no apretara el trenzado contra su cuerpo, lo que posibilitaría que el señuelo se clavara contra él.

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Lucha libre

Hubo de pasar un tiempo hasta que al fin el chucho dejó de correr, tras lo cual comprobé que para deshacer el lío no había otra salida que tumbarlo. Eso sí, éste –que no era un chau-chau ni un ratón con pelo propio de una petarda, sino un todo un pastor alemán bien talludo– decía que eso de andarle enredando por la barriga, tururú, así que, a las bravas, uno de sus dueños y yo lo tuvimos que echarlo sobre la arena. Vaya show. Y así, con uno de sus propietarios sentado sobre el cuerpo del animal, lentamente fui desenredando el trenzado tras liberar la grapa, tras lo cual pasé a quitarle las hundidas poteras en el pelo con ayuda de unas tijeras, para lo cual tuve que pegarle unos cuantos tijeretazos, hasta que conseguí liberarlo completamente. Eso sí, lo que ya no sé es la cara que luego les puse a dichos dueños –a los cuales no dije ni mú, sólo les miré-, pero el caso es que ambos bajaron la vista, y uno de ellos, tras pedirme disculpas, me dijo “nunca más”. Acto seguido, ambos cogieron al perro con la correa, y creo que los tres se fueron del arenal con un más considerable susto en el cuerpo, pues las consecuencias de su falta de civismo pudieron ser muy serias para el animal.

Pasado el lance, quedé en la playa vareando aún más tiempo con una considerable sensación de perplejidad, como no creyendo lo que me había pasado, aunque, eso sí, con una sonrisa en la cara. De hecho, en algunos momentos esa sonrisa se transformaba en risa, porque, si no tenemos en cuenta los posibles daños que pudiera haber causado al animalito, la situación fue de lo más cómica. Para que luego digan que esto de la pesca es algo aburrido …

 

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