Cuando el paseante consigue capturas…. que nadie quiere

Cuando el paseante consigue capturas…. que nadie quiere

Cuando el paseante consigue capturas…. que nadie quiere

por 8 de agosto de 2017 0 comments

Con el calentamiento del agua, numerosas especies aumentan su actividad y las capas más superficiales del gran azul cobran vida como por arte de magia. De este modo, alevines y depredadores retornan a antiguos dominios y el pescador, siempre atento al cambio de ciclo, se esfuerza por recobrar de su marasmo de trastos aquella caja en la que sus engaños flotantes reposaban hasta nueva orden. Llega el estío y, por lógica, toca adentrarse probablemente en la técnica más divertida de cuantas se practican con señuelo, como es deslizar poppers y paseantes sobre la piel de la mar en pos de trofeos de postín que puedan rondar nuestras posturas favoritas. Desde luego que con ellos disfrutaremos de momentos impensables y en base a ello les dedicaremos horas, visto además cómo el pez es capaz de perseguir la trampa que le servimos, o hace estallar el agua cuando menos se le espera. Sin embargo, esta disciplina tiene un aspecto menos amable que es consecuencia directa de la visibilidad del señuelo, y con el que habrá que capear más pronto que tarde.

Un recurso con una pléyade de pretendientes

Por estas fechas no es extraño encontrar las aguas como una balsa de aceite, de ahí que la primera opción que surja a primera hora sea la de emplear artificiales de superficie para sondear el ánimo de los peces, máxime si el escenario escogido para la ocasión dispone de escaso calado. De sobra es sabido que a la lubina no le arredran estos contextos para adentrarse por canales someros y, por tanto, prácticamente impracticables para la mayoría de señuelos que portamos, en busca de un menú del día que llevarse a la andorga, por lo que al menos es preciso introducir uno de ellos en el macuto la noche anterior a la expedición. A renglón seguido, la claridad del agua será un factor añadido que permita su localización desde las profundidades por más que en el proceso alternemos deslizamientos, detenciones y chapoteos en el afán por llamar la atención de la fauna, pero cabe tener en cuenta que lo mismo que los peces son capaces de verlo desde el lecho marino, otras especies pueden situarlo en su punto de mira… para nuestra desdicha.

Contener el impulso asesino

La llegada del verano implica que la vida en la mar se halle en su máximo esplendor, de ahí que la pesca sea a menudo más asequible que en otras fases del año. Sin embargo, dicho extremo a su vez supone que algunas especies que nos rodean se hallen al quite de cuanto hacemos, como son por ejemplo las gaviotas o los charranes, quienes a menudo se convierten en un auténtico incordio para el pescador. Y es que como nos descuidemos, lo mismo son capaces de dejarnos sin cebo, que de atacar los señuelos de superficie en la creencia que se tratan de alevines desvalidos, circunstancia que permite que muchas de estas aves terminen enredadas y/o prendidas a los triples del engaño. Y aquí es donde entra el temple y la maña del pescador por contener el primer impulso por retorcerles el pescuezo a estas plumíferas oportunistas que desearon arrebatarnos ese caro engaño que tantos peces nos dio, y al que tanto cariño profesamos. Ahora bien, una cosa es decirlo, y otra distinta ponerlo en práctica.

Actuar con tino

Para enfrentarse cara a cara contra un ave que grazna con estrépito, quién sabe si para amedrentarnos, o de temor ante nuestra presencia, en especial cuando despliega y bate las alas de par en par, hay que tenerlo bien puestos, pero el caso es que en ocasiones nos veremos obligados a actuar sin miedo si pretendemos recobrar el artificial que la jeta de turno deseaba birlarnos por más que cobramos línea a toda velocidad en el afán de impedir que le echara el lazo. De hecho, la envergadura y amenaza que muestran algunas de ellas, hacen que el pescador deba pensar mucho la estrategia que adoptar, máxime cuando, además, cabe la posibilidad que el picotazo se dirija hacia nuestros ojos. Por eso, e indistintamente de si nos encontramos en compañía o en soledad, lo primero que hay que hacer es anular su sentido de la vista, lo cual será posible echándole encima un trapo o la misma camiseta, tras lo cual, sin miramientos, será preciso que la agarremos con firmeza pero sin causarle daños innecesarios, con el posterior fin de librarle de la trampa que la une a nosotros. A renglón seguido, mientras desenredamos pacientemente la línea y hasta lograr el objetivo apetecido, mantendremos inmóvil su cuello de cara a evitar males perniciosos para nuestra salud. A decir verdad, no se trata de un trámite sencillo, pero es perfectamente factible para cualquiera con un mínimo de sangre fría, y seguro bien beneficioso para todos. Una parte recobrará su preciado señuelo, mientras que la otra volverá nuevamente libre a su medio con un dolor que no tardara en sanar, pero infinitamente menor que aquél que nos vino a la mente con el primer impulso.

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