El tamaño de las boyas de pesca, un misterio por resolver

El tamaño de las boyas de pesca, un misterio por resolver

El tamaño de las boyas de pesca, un misterio por resolver

por 5 de diciembre de 2016 0 comments

A nadie coge por sorpresa que en la pesca a corcho, la boya ejerce un papel fundamental. De tal modo, este necesario complemento se ha visto construido a partir de diversos materiales, entre los que cabe mencionar, aparte del consabido corcho, de madera, de resina o de espuma/foam.

Bien es verdad que cada uno de los dichos componentes permite ofrecer un producto final de densidad y comportamiento variables, y que merced a ello podemos encontrar en el mercado toda suerte de tamaños en función de los gustos del pescador y del entorno en que éste va a emplearlo. Ahora bien, partiendo de la base que se utilizan en un tipo de disciplina en la que arriesgar el aparejo es un elemento muy importante a la hora de tener éxito con los correosos sargos, no es de extrañar que su usuario a menudo pierda no pocas de ellas cuando el esquema dispuesto es corredizo de cara a sondear diversas profundidades, y que éstas por su parte, una vez libres, emprendan un viaje con incierto destino.

¿Debemos usar siempre flotadores o boyas de pesca discretas?

La teoría dice que para pescar a corcho debemos emplear flotadores o boyas de pesca discretos y ajustados a la situación que nos encontremos en la mar, algo que certifican los más entendidos en la materia. Es más, éstos siempre pondrán énfasis en que el tamaño del susodicho ofrezca una reducida resistencia al agua de cara a ofrecer una óptima presentación del cebo, y el caso es que dicha enseñanza parece haber calado hasta en el pescador más terco a cambiar su esquema de trabajo, pero la realidad nos demuestra con hechos que a veces las cosas no son precisamente como las pintan.

A lo largo de nuestros paseos a la vera del mar durante la bajamar es habitual encontrarse toda suerte de chismes que el gran azul se encarga de expulsar. Redes, hojas, ramas y un infinito compendio de basuras vertidas por la mano del hombre son algunos ejemplos de ello, a lo que también hay que añadir los aparejos de algunos pescadores. En este último caso lo normal es toparse con -lógicamente- boyas, en virtud de la facilidad que éstas disponen de desplazarse por el mar sin peligro de quedar atoradas entre las piedras, una vez quedan libres del aparejo que el pescador pergeñó.

Sorprende el hecho de que un inmenso porcentaje de ellas sean de gran tamaño y por lo tanto, a priori, no demasiado apropiadas para la pesca. Lo más chocante del asunto es que a la hora de comentar esto con otros colegas habituados a pescar con corcho, nos enseñan modelos que son precisamente el polo opuesto, es decir, pequeños en términos de anchura y largura, o bien carentes de plomo, si no con plena ausencia de él. Dicho de otro modo, el mundo al revés.

Así las cosas, cabe llegar a una conclusión nada descabellada en virtud de los antecedentes mencionados: o el mar nos empuja el material perdido de otros pescadores situados a muchos kilómetros de distancia, y las perdidas por las cercanías toman rumbos separados de la costa al capricho de las corrientes, o bien alguien no está siendo legal con nosotros y nos pretende vender una burra tuerta y coja.

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¿Que pasa con las boyas de pesca perdidas en el mar?

El misterio de lo que les sucede a las boyas perdidas es algo similar a lo que ocurre con los señuelos que sorpresivamente, y tras quebrar la línea, emprenden viaje sin billete de vuelta para pasmo de sus usuarios: ¿dónde acaban realmente? Bien es verdad que no pocos de estos complementos acaban mezclados con ramas y hojarascas, y que en base al roce continuo, los golpes contra la costa y al constante sometimiento a la corrosiva acción de la sal, el aire y el sol, la mayoría terminan destruidos al cabo de no poco tiempo, o al menos escapan de la vista del pescador en tanto éste no la deposite precisamente en el mismo lugar en que aquéllos descansan.

Es probable que algunas tendrán la fortuna de ser halladas en mitad de una playa al no contar con camuflaje con el entorno dado su llamativo colorido y para regocijo de quien la descubra, pero en cualquier caso, sus considerables proporciones, salvo que sean reducidas o se adapten a base de lima, lija y un porrón de paciencia, no tendrán más aplicación útil para el pescador ducho en la técnica que la de servirle de adorno.

Y es que cuidado que se habrá puesto el acento en este punto, pero el caso es que muchos pescadores siguen usando boyas de neopreno mastodónticas que, aparte de la tosquedad que ofertan el cebo a los ojos del pez, encima no son precisamente baratas.

Bien valdría que cambiaran su perspectiva para rentabilizar tiempo y dinero al máximo, desde luego…

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