Un recordatorio para todos los pescadores: seguridad ante todo

Un recordatorio para todos los pescadores: seguridad ante todo

Un recordatorio para todos los pescadores: seguridad ante todo

por 24 de octubre de 2017 0 comments

Doce de octubre de 2017. Costa cántabra, mucho antes que el sol asome por el horizonte, y con la mar de mala gaita. Vuelvo a la carga tras la esquiva lubina, en busca de ese trallazo mágico que me hace olvidar que el mundo gira. Hoy tocó recurrir a lo más contundente del armario para poder pescar bajo unas mínimas condiciones de seguridad, habida cuenta además que la marea asciende y que el tramo que pateo ya se ha cobrado un más que luctuoso balance con el paso de los años.

Por lo pronto, y por aquello que decía ese archiconocido filósofo cubano de que “la noche me confunde”, casi mejor espero cómodamente sentado al borde del acantilado a que comience a clarear, y así de paso controlo las evoluciones del oleaje, que hoy parece un tanto desordenado. Podrá parecer excesivo, pero nunca es descabellado adoptar toda suerte de precauciones cuando las cosas no están claras y un error de percepción puede costar muy caro. Así que casi mejor pasarse de precavido que verse con el agua al cuello, y si el asunto no mejora, plegaré velas y esperaré una mejor ocasión. Que mañana será otro día, oiga, y días para pescar hay como lechugas…

A la carga

Hoy se conoce que a Lorenzo le ha dado por hacerse el remolón, no veas lo que tarda en asomar… Vaya, se ve que no soy el único al que le cuesta madrugar. En cualquier caso, parece que, pese a la fiereza de la mar, y tras media hora de observarla con detenimiento, puedo bajar por la pared y pegar unos lances un poco retirado, pero sin perder de vista la secuencia del oleaje por la cuenta que me trae. Uno, dos, tres, cien lances… y ninguna respuesta al otro lado de la línea, aun cuando he probado todo lo que llevo en el macuto. Qué raro, me digo con media sonrisa. Bueno, quizá la niña de mis ojos se encuentre en aquel canal al socaire de tanto golpón, de modo que iré a probar fortuna en él, que ya he invertido demasiado tiempo en esta maldita piedra. Un fuerte salto hasta la falda de la pendiente costera me pone de camino, y lo que son las cosas: un instante después, una ola tapa la puesta que había ocupado. Mala pécora, nunca te pondré fácil que me cojas…

Inesperadas visitas

Por lo que se ve, hoy volveré a comer chuleta puesto que los peces me han vuelto a dar esquinazo pese a todo el interés que pongo por engañarlos… Bueno, todavía es temprano, de modo que pegaré unos últimos lances en esa puesta que tan poco pez da, que nunca se sabe, y vaya usted a saber si es hoy precisamente el día en que se me caen todos los prejuicios de golpe. Uno, dos, tres lances… y antes del cuarto, algo llama mi atención. ¿A quién se le ocurrirá salir con embarcación con esta mar? En un santiamén, un zodiac de rescate pasa veloz frente a mí con varios tripulantes. ¿Tal vez se trate de un simulacro, o quizá un mero entrenamiento para algún recién llegado? Tampoco le doy demasiada importancia y sigo a lo mío…

Al cabo de cinco minutos, otra lancha de rescate navega rauda siguiendo el rumbo marcado por la anterior embarcación de salvamento, a lo que se suma un sonido muy peculiar, y a la vez inquietante: un helicóptero. ¡Maldita sea, no me fastidies! ¿Será posible que haya alguien en problemas? En menos que canta un gallo, todo acaba y los socorristas regresan a su base. Ojalá todo haya quedado en un susto y el compañero se encuentre bien…

 

Todos somos iguales ante la mar

De retorno a puerto, se confirman los peores pronósticos: un pescador ha muerto a consecuencia de una caída a la mar cerca del lugar en que me encontraba, sin que por lo pronto se sepan las causas que la motivaron. Se conoce que uno de sus compañeros pudo avisar a salvamento, pero cuando llegó la caballería ya era tarde…

Llevo varios días dándole vueltas al asunto aun cuando en realidad el tema en nada me afecta personalmente, o tal vez eso me digo para autoconvencerme que me hallo exento de padecer un accidente similar. Y no es verdad, porque cualquiera que se arrima a vera de las olas es perfectamente capaz de encontrarse con problemas, independientemente de los años que lleve encaramado a las piedras.

Hoy os he contado esta anécdota que viví hace unos días con el fin de recordaros lo frágiles que somos ante la mar, y que nunca sabemos suficiente de ella y que no hay que confiarse por más recorrido que tengamos, de modo que -incluso los que os consideráis curados de espanto- no olvidéis coger billete de ida y vuelta cada vez que salgáis de casa para véroslas con ella; si no por vosotros, por lo menos por quienes os esperan con una sonrisa a que regreséis con el fin de que les contéis cómo os fue la mañana.

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