La seguridad del pescador: una cuestión de perspectiva demasiado subjetiva

La seguridad del pescador: una cuestión de perspectiva demasiado subjetiva

La seguridad del pescador: una cuestión de perspectiva demasiado subjetiva

por 24 de mayo de 2018 0 comments

Tal vez sea porque uno se va haciendo mayor y sabe que a ciertas alturas de la vida tiene mucho que perder, o quién sabe la verdadera razón, pero desde hace un tiempo llevo dándole vueltas al tema de las medidas de seguridad del pescador que adoptamos en la mar.

El primer punto de la seguridad del pescador: pensar antes de actuar

Por la parte que me toca, siempre procuro no tentar demasiado a la suerte y confío en que mi sesera me aporte la suficiente cordura e intuición para no entrar demasiado dentro de la boca del lobo, un ejercicio que por contra algunos no tienen por costumbre ejercitar, pues no parecen pararse a pensar por un momento las posibles consecuencias de sus actos.

Y cuidado que no tendremos ejemplos de qué es lo que ocurre cuando nos pasamos de frenada y la mar tira por tierra nuestra teórica omnipotencia, dejando sólo lugar para el asombro, la reflexión momentánea y, sobre todo, el dolor.

Nadie cree que una simple salida de pesca pueda derivar en catástrofe por más que todos en algún momento hayamos oído eso de «qué mala suerte tuvo», «pero cómo se le ocurrió», o «se confió» cuando tenemos noticia de una tragedia en el entorno más próximo.

No nos engañemos; en la pesca deportiva hay numerosas situaciones peligrosas para el cañista, y aun así jugamos con ese factor de riesgo procurando mantenerlo al nivel más bajo posible, en la certeza de que un día puede tocarnos el premio gordo de una lotería que nadie quiere si nos pasamos de listos.

Chulerías, las justas

Por más que nos consideremos curados de espanto, conviene que extrememos las precauciones cada vez que arrimemos a la mar, pues cada año son varios los colegas que no vuelven a su casa tras pasar un rato a su vera.

No en vano, determinados lugares hay que reforzar la seguridad del pescador. Zonas esconden trampas a cada paso que damos, sobre todo si nos movemos en zonas intermareales, y no digamos si tenemos por hábito acercarnos a ellos en solitario. Bien es cierto que podemos intuir dónde se hallan los hipotéticos puntos a los que no conviene arrimarse por cuestión de salud merced a la experiencia que otorgan los años pateando piedras, aunque nunca se acaba de tener los pelos de la burra al completo y por eso es conveniente pecar de prudente, que en el fondo, «la mar los quiere valientes».

 

Y es que no hay nada mejor para padecer un percance que creer que nunca nos va a pasar lo que les ocurre a otros, de modo que guardémonos por si acaso esa soberbia para las charlas de bar, que aquí no valen confianzas y los errores se pagan caro.

Por los pelos

Cuantificar las oportunidades que nos hemos librado de un accidente debe ser una manera de valorar lo que hacemos cuando salimos de pesca. Muchos en algún momento hemos ido más allá de lo recomendable con tal de subirnos a cierta piedra, o pasar a aquel puntal que se adentra en el mar, y que tan atractivo resulta por su sometimiento a las olas, pero en el que costó sobremanera mantener la verticalidad.

A veces por suerte, otras porque vimos venir el tren justo antes de que nos arrollara, o porque nos giramos en el último segundo antes de impactar con virulencia contra el suelo, logramos salir con el susto en el cuerpo prometiendo no volver a hacer indiadas. Pero no espabilamos, pues en ocasiones regresamos en condiciones más benignas al tener demasiado asumido eso del «yo controlo».

Continuar en la brecha

La pasión en que puede convertirse esta bendita afición es capaz de cegarnos en un momento dado y generarnos grandes perjuicios, pero lo peor dentro de lo malo no es eso -que desde luego no es poco-, sino el inmenso dolor que produciremos a los que más queremos y esperan que les contemos cómo nos fue.

Por eso es preciso deshacerse de toda posible sensación de falsa seguridad y pensar mucho las cosas antes de hacerlas. Quizá mañana, antes de subir a esa piedra que tanto tilín nos hace, si no lo vemos claro, sea cuestión de vigilarla de lejos durante al menos un cuarto de hora si aún no se ha alcanzado la pleamar, pues eso puede constituir la diferencia entre sobrevivir un día más o no regresar.

Son muchas, demasiadas las tragedias que han tenido lugar y hay que procurar evitar males cuando el día no está para pescar y resulta que hay más días que lechugas. No importa que el madrugón haya sido en vano, otro día será.

Así las cosas, queridos colegas, salid, subid, bajad, arrastraros, saltad, corred, mojaros y disfrutad de cuanto nos ofrece este maravilloso medio, pero por favor, haced cuanto sea necesario para estar luego de vuelta en casa derrotados o con una sonrisa. Los que nos aguardan lo agradecerán.

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