Una gran pescata, una mañana para recordar: 6 lances … ¡6 peces!

Una gran pescata, una mañana para recordar: 6 lances … ¡6 peces!

Una gran pescata, una mañana para recordar: 6 lances … ¡6 peces!

por 8 de diciembre de 2014 0 comments

Hace unos días me vi envuelto en un entuerto que, por desgracia, no suele ser moneda común. La verdad es que se trata de algo que no sé si alguna vez os habrá ocurrido en la misma medida, pero, en mi caso, es la primera vez que me sucede.

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Pues bien, el caso es que una mañana me hice a la costa con la ilusión de que el enésimo madrugón fuese debidamente premiado con un gran pez antes que el sol asomase por el horizonte, pero, como de costumbre, las cosas no fueron por donde quería. Para que luego nos vengan con la monserga de que «a quien madruga, Dios le ayuda«.

Medidas excepcionales

La jornada de pesca arrancaba con mal pie y, para más inri, las previsiones no se equivocaron lo más mínimo. Olas de entre dos y tres metros se estampaban continuamente contra la costa, dejando sin margen de pescar a quien no fuese debidamente preparado. Menos mal que el día anterior había echado mano de la artillería más pesada que guardo en mi arsenal, pues en caso contrario hubiera tenido que regresar, o bien jugarme el tipo, que tampoco es plan. Y mira que me gusta la pesca con mar fuerte, pero, qué queréis que os diga, aún le tengo demasiado aprecio a mi pellejo como para arriesgarlo en exceso.

Pues bien, tras haber estado investigando una esquina muy atractiva sin obtener resultado alguno, pasé a tantear lo que parecía la boca del lobo desde una posición muy alejada y elevada. ¿Y cómo se puede pescar en semejante contexto? Pues con el señuelo «boj» que el maestro Manuel Piñeiro menciona en su blog www.solorobalizas.com, un auténtico proyectil que aúna en torno a sí mismo las virtudes del chivo con las de la cucharilla ondulante pesada.

Puro frenesí, una gran pescata

En vista que el mar no daba tregua pese al transcurso de los minutos, hice mi primer disparo para indagar en tan peligroso remolino. Suavemente, fui bobinando para que el señuelo desplegase toda su acción, y tras haber recorrido éste unos 80 metros (¡¡¡¡¡!!!!!!) sin cosechar resultado, a apenas 5 metros de la orilla, la caña cobra vida y la carraca del veterano Stradic despierta con estrépito de su letargo.

«¡Aupaaaaaaaaa…». Justo cuando iba a sacar el señuelo del agua, santo trallazo … y santo maremoto que tengo delante. «Pues nada, bonita, tú saca línea y dame tiempo para pensar por dónde te saco», pensaba para mis adentros. Por entonces, el oleaje seguía siendo terriblemente virulento y el pez se apoyaba continuamente en él para multiplicar por varias veces su peso y redoblar su resistencia, hasta que encontré una pausa en mitad del maretón que me permitió dirigirlo a una posición más propicia, en la cual poder echarle el lazo sin peligro.

Por unos momentos, y mientras ascendía veloz por el cantil con el pez en la mano y las olas lamiéndome los pies, lo miré de reojo, pensando cómo es posible que pudiera haber vida en mitad de semejante batidora, pero rápido me olvidé de ello. Tras desanzuelar, vuelta la burra al trigo. Repito la operación, y antes de sacar el señuelo del agua, ¡Zas!, aunque esta vez con mayor mesura, casi hasta tímida. Vuelvo a darle cuartelillo, y por no jugarme el tipo, pierdo un pez al que le echo un par de kilos.

Tras lamentar mi mala estrella, lanzo por tercera vez. ¡Bang! Se repite la jugada, y esta vez, sin riesgo, el mar me deja cobrar la pieza. Bueno, parece que ya llueve menos

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¿Todavía más?

A estas alturas de la película ya estaba pensando «mira por dónde, voy a tener un bálamo delante«, y mientras el letal boj vuela con el cuarto lance, me preparé para lo que pudiera pasar, una vez amerizara. Vuelvo a pasar el volador por el mismo sitio y nuevamente, ¡Bum!, pero esta vez el mar no me deja maniobrar como quisiera y en el último momento pierdo otro pez igual que el que se me escapó.

«Jolín, leñe, cáspita, canastos, caracoles…». Con el enfado en pleno auge, lanzo por quinta vez y esta vez la caña se arquea producto de una feroz arrancada, pese a que el carrete escupe línea con diligencia. Entre la potencia que el pez aplica y la que aportan el remolino y la resaca, otra vez me veo inmerso en una escena pretérita, en la cual tuve oportunidad de pelearme con un potente róbalo gallego que me venció … y del que aprendí una serie de cosas para lo sucesivo. Por eso, esta vez no hubo opción para el pez.

Con tres peces de entidad en tierra, creía que era suficiente, máxime con una mar tan infame. Pero estaba equivocado. Al sexto lance seguido, un ejemplar de unos 42 centímetros también interceptó el nado del engaño con unas consecuencias que pudieron resultar más que perniciosas para su salud de no haber pensado previamente en la retirada. Por eso, y tras comprobar que apenas padecería un leve dolor de muelas, con un beso en todo el hocico le di las gracias por tan mágico e intenso momento que me habían regalado todos ellos, antes de retornarlo con vida por donde había venido.

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De regreso, después de una gran pescata

Con una sonrisa que no me cabía en la cara, arracimé el trío capturado en la cuerda antes de volver a casa, pero la historia de esta jornada de pesca no acaba aquí. Por entonces, era la hora en que las madres dejaban a sus hijos en el bus camino del cole, y sí o sí tenía que pasar cerca de ellas, al tiempo que carecía de suficiente sitio donde guardar los peces, por lo que tuve que llevarlos en la mano. Así pues, con el rabillo del ojo, y según caminaba próximo a tan peligrosos corros, pude ver cómo se hacía el silencio entre ellas, al tiempo que sus cabezas se giraban siguiendo mi caminar, eso sí, al contrario que sus vástagos, que, como ya sabéis a estas tempranas edades, no se cortan lo más mínimo.

En definitiva, una mañana digna de recordar, no tanto por el tamaño de las capturas, sino porque todas ellas entraron seguidas, cosa que no suele ocurrir precisamente muy a menudo. Pero bueno, tampoco está de más que Neptuno premie de vez en cuando los esfuerzos que ponemos en escena, que no son precisamente pocos, ¿verdad?

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