Las consecuencias de andar por las piedras

Las consecuencias de andar por las piedras

Las consecuencias de andar por las piedras

por 24 de marzo de 2017 0 comments

Con carácter general, a la lubina le gusta buscar cobijo en torno a las rocas con la malsana intención de que éstas y la oscuridad oculten su presencia a la visión de sus presas, quienes, por su parte, suelen repartirse por diversos puntos, como bancos de arena y pasillos de piedras. Por ello, existe un amplísimo abanico de sitios en los que el pescador es capaz de encontrarla, aunque muchos se hallan en costa abierta y nos exigen dedicación, esfuerzo… y en ocasiones jugarnos el tipo, ya que el litoral es un terreno que se halla plagado de peligros y trampas. Por eso hay que estar atentos de cara a tratar de identificar dichas amenazas, pero aun teniendo todo el cuidado del mundo, de ciento en viento nada impide que demos con nuestros huesos en la piedra merced a resbalones tras pisar verdín, un mal agarre de la bota, o por una falsa sensación de confianza que nos hizo avanzar sin pensar dónde nos metíamos. Por fortuna la mayoría de los golpes no irán más allá de un dolor que nos acompañará unas pocas jornadas, pero otros en cambio tendrán tintes más serios.

Cuando El Señor nos viene a visitar

Nadie que se aventura por costa abierta queda exento de padecer un percance ante un entorno tan traicionero como es el que le rodea, y eso obviando al verdadero maestro en crear problemas, como es el mar. Buena parte de esos trompazos vienen motivados por nuestra poca cabeza, mas como comentábamos antes, la mayoría no tienen mayor trascendencia, si bien otros, por contra, nos pueden salir más caros en términos físicos… y eso teniendo en cuenta los que evitamos porque llegamos a corregir en el último segundo. Tras dar varios trompicones, ante nuestros ojos pasa una rápida película en la que vemos cómo irremisiblemente vamos a rompernos la crisma sin que podamos impedirlo, pero por obra y gracia del Altísimo, al final el milagro se hace carne y quedamos a salvo. ¡Uf! ¡Por los pelos! Acto seguido nos palpamos las vestiduras para ver que estamos enteros y que hemos salido indemnes del entuerto, tras lo cual continuamos camino, pero con el susto todavía haciéndonos tragar saliva por lo que pudo ser y quedo en eso, en una mala experiencia consecuencia de un peor paso. No obstante, aunque en esta ocasión parezca que hemos escapado de la caída, cabe la posibilidad que nuestro equipo no haya corrido la misma suerte y que el daño se manifieste ante nuestros ojos en forma de una manivela o un pick-up rotos, cuando no del blank de la caña a la que más aprecio profesamos.

¿Libres del todo?

Como es lógico, cuando el utillaje padece daños como consecuencia de un traspié, los remordimientos acompañados de maledicencias afloran por la boca del pescador, máxime si esta circunstancia se podía haber evitado al mostrar un poco más de cordura en su momento, o por haber dado diez pasos en vez de sólo dos para sortear una determinada piedra. La confianza, por mucho que en buena medida proceda de la experiencia, es capaz de ser muy mala compañera a la hora de movernos cerca del mar.

Por otro lado, es probable que creamos haber librado el equipo de golpes indeseados, como también que no haya sido así y que no lo sepamos. Y es que, tras ese mal rato, lo normal es acudir rápidamente a revisar el tándem principal para comprobar su estado, y concluir a priori que por esta vez la fortuna nos ha sonreído. Cuando en realidad puede que no hayamos advertido una serie de daños que escapan a la vista.

Mírame y no me toques

Los modernos compuestos en que se fabrican las cañas de carbono, si bien suponen una maravilla y facilitan en gran medida las cosas al pescador, por otro lado, cuentan con el demérito de ser terriblemente sensibles a una mala manipulación, y no digamos a los golpes. Por eso, cuando una vara queda marcada con una muesca en el blank, debemos ponernos en guardia y andar con mucho cuidado en lo sucesivo, pues no es nada extraño que un día, en mitad de un lance, y sin comerlo ni beberlo, aquélla sea la causa de un crujido que haga cascar el tramo. Y, sí, todo ello tendrá su razón de ser en aquel mal paso en que dimos con la caña en el suelo sin que pudiéramos evitarlo. Si hemos previsto que sucederá este extremo antes que realmente surja, el disgusto será sensiblemente menor que si no lo hubiéramos visto venir, luego a partir de entonces tocará resignarse y buscar nuevo tramo para reemplazar el dañado, en el mejor de los casos si la caña no está descatalogada, o pensar en comprar otra compañera de fatigas. En cualquier caso, y por mucho que pongamos el acento en tener cuidado en nuestras salidas pesqueras, siempre existe la posibilidad que demos un paso en falso y que lo paguemos, pero asumamos que este extremo le sucede al más listo y al más zoquete de la clase, de modo que no le demos excesiva trascendencia si alguna vez nos ocurre máxime si el daño lo recibió el material, que éste es perfectamente reemplazable, al contrario que nosotros.

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